13 de octubre de 2006

La Guerra de la Triple Alianza

“La guerra del Paraguay concluye por la simple razón que hemos muerto a todos los paraguayos mayores de 10 años...”. No exageraba Sarmiento en una carta haciendo gala de su descarnada sinceridad.

Misteriosamente desconocidos para la mayoría de los argentinos descansan, bajo las páginas de una extensa bibliografía, los relatos del conflicto bélico más importante en el que alguna vez estuvo involucrada nuestra nación. Quienes se atreven a atravesar los imperceptibles muros levantados por la historia oficial descubren, tras unos pocos pasos, fascinantes historias llenas de heroísmo, valor, traición, codicia, amor y odio. El trágico enfrentamiento, en el que Argentina, Brasil y Uruguay unieron sus fuerzas para enfrentar al Paraguay, acarreó consecuencias tan nefastas para sus participantes que, en algún caso, la víctima jamás se pudo recuperar.

Argentina, una república en formación

Hacia 1862, y tras la enigmática batalla de Pavón, nuestro país buscaba su destino bajo las riendas de la triunfante provincia de Buenos Aires. Su líder indiscutido, el General Bartolomé Mitre, tendría en los próximos años, y ya con el cargo de Presidente de la nueva nación unificada, la enorme responsabilidad de organizar una república. Atrás habían quedado ya Justo José de Urquiza y su temible caballería de chiripá y botas de potro. La tarea de Mitre no era sencilla; En “Los trece ranchos”, como despectivamente se denominaban en Buenos Aires a las provincias que constituían, hasta 1861, la Confederación Argentina, las ideas liberales porteñas no eran vistas con agrado. Mitre, buscando darle sustento político y militar a su proyecto nacional, no dudó en enviar tropas a las provincias federales rebeldes con la orden de imponer gobiernos locales afines al nuevo régimen. No es difícil imaginar lo que sobrevendría. El filo de los sables enviados por Buenos Aires transformó en realidad la recomendación que Sarmiento le había hecho a Mitre un tiempo atrás. Las tierras del interior del país fueron “abonadas” sin piedad por la sangre de los gauchos y caudillos federales. Era el final de la Confederación Argentina.

Paraguay, paz y desarrollo

La República del Paraguay, gobernada por la mano firme y autoritaria de Gaspar Rodríguez de Francia y Carlos Antonio López, había logrado con éxito evitar inmiscuirse en las guerras civiles que ensangrentaron y empobrecieron a sus vecinos. A través de una economía cerrada guiada por un estado paternalista, había logrado un nivel de desarrollo importante para la época. Hacia 1862 disponía de ferrocarril, telégrafo, fundiciones, fábricas de armas y una numerosa flota mercante. Había contratado técnicos e intelectuales extranjeros para fomentar un desarrollo industrial inédito en la región. Tras la muerte de Carlos Antonio López, asumió el poder su hijo, Francisco Solano López Carrillo, quien sería protagonista fundamental de los tristes y dolorosos episodios por venir. No escucharía los sabios consejos de su padre: “Hay muchas cuestiones pendientes a ventilarse, pero no trate de resolverlas con la espada, sino con la pluma, principalmente con el Brasil”. El nuevo líder, de carácter fuerte y decididamente más ambicioso que su progenitor, recibía como herencia no solamente una economía fuerte y con buenas perspectivas, sino también importantes disputas pendientes con el Imperio del Brasil. Las cuestiones de límites territoriales y los conflictos por la navegación del Río Paraguay eran bombas de tiempo que en cualquier momento podían estallar.

Uruguay, la revolución en ciernes

La Republica Oriental, al igual que su hermana del Plata, había sufrido durante buena parte del siglo XIX el terrible azote de las guerras civiles. Cuando todavía estaba tibia la sangre derramada en las incursiones por las provincias argentinas enviadas por Buenos Aires, uno de los oficiales a cargo, el Gral. Venancio Flores, líder del partido colorado uruguayo y responsable de la matanza de Cañada de Gómez poco tiempo atrás, se dirigió hacia su país natal a encabezar una revolución contra el gobierno blanco del Dr. Bernardo Berro. Años después, y como evidencia palpable de las sangrientas divisiones políticas existentes en el Uruguay, ambos serían brutalmente asesinados el trágico “día de los cuchillos largos”. La “Cruzada Libertadora” liderada por Venancio Flores, con la ayuda del mitrismo y del Brasil, el estímulo de la prensa oficial porteña y el financiamiento de futuros proveedores de los ejércitos aliados, sería el primer eslabón de una cadena de sucesos que, como piezas de dominó, se revelarían imposibles de detener.

Brasil, un vecino peligroso

Brasil, nuestro eterno enemigo, aquel que una década atrás había arrojado a los pies del dubitativo Urquiza el oro necesario para arrastrarlo a combatir al temido Juan Manuel de Rosas, también debería mover sus piezas en esta partida. Fiel al espíritu expansionista heredado de Portugal, tenía en la mira al gobierno blanco del Dr. Berro. El Emperador Pedro II, presionado por los poderosos terratenientes del limítrofe estado de Río Grande con fuertes intereses en el norte de Uruguay y un pasado de intenciones secesionistas, debía hacer cumplir los infames tratados que habían firmado las partes en 1851 y que el poder ejecutivo oriental se resistía a respetar. Era necesario colocar en el poder a alguien de confianza para el Imperio. Ese alguien era el Gral. Venancio Flores. Con fútiles pretextos, Pedro II decidió enviar a sus hábiles diplomáticos a Montevideo, acampó sus ejércitos en la frontera y ordenó anclar la poderosa escuadra del Imperio frente al puerto local. Las piezas ya jaqueaban al Rey enemigo y la partida parecía un simple trámite para la prepotencia del Brasil.

El fracaso de una mediación

Combatido por una revolución interna apoyada por los gobiernos liberales de Buenos Aires y Río de Janeiro, el gobierno blanco uruguayo tenía sus días contados. Pero, inesperadamente, se encendió una luz de esperanza. El emisario brasileño, enterado de la posible asistencia paraguaya al estado oriental, en lugar de presentar el durísimo ultimátum que traía entre sus papeles, solo presentó tibias reclamaciones que fueron fácilmente satisfechas por el gobierno de Montevideo. Tras viajar a Buenos Aires, el emisario retornó a la Banda Oriental acompañado por el ministro de relaciones exteriores argentino y por el embajador inglés con el fin de iniciar una mediación entre blancos y colorados. Tras arduas negociaciones, las condiciones impuestas por el Gral. Venancio Flores resultaron deshonrosas para el gobierno y el intento de acuerdo fracasó rotundamente. Despierta sospechas el papel que jugó el embajador inglés en estas cuestiones. ¿ Buscaba quizá asegurarse que no hubiera acuerdo para que se desatara la guerra ?. Sería el financista principal de los ejércitos aliados, con el consiguiente endeudamiento de sus desprevenidos gobiernos, y obtendría su objetivo de abrir las puertas de la cerrada economía guaraní para la colocación de sus mercaderías. Y todo eso sin arriesgar nada.

Se abre el fuego

Una vez asegurado el apoyo de Buenos Aires, el emisario brasileño se atrevió esta vez a presentar el ultimátum al gobierno oriental. Era el cumplimiento de los vergonzosos tratados o se desataría el vendaval bélico imperial. Al borde del precipicio, el gobierno uruguayo se negó a recibir la intimación y simultáneamente pidió ayuda al Paraguay, con quien estaba en conversaciones desde tiempo atrás. Francisco Solano López, al ver amenazado el precario equilibrio que reinaba en la región y sabiendo que la guerra con el Brasil tarde o temprano tendría lugar, protestó enérgicamente y amenazó con intervenir militarmente si no cesaban los ataques al estado uruguayo. Ya era demasiado tarde. Tropas brasileras invadieron Uruguay y se lanzaron decididamente en apoyo de los revolucionarios colorados mientras sonaban en el Río de la Plata los cañones de la escuadra imperial. Paraguay, que había empeñado su palabra de socorrer al débil gobierno oriental, capturó un vapor brasileño en Asunción e invadió el Matto Grosso, tierras cuya propiedad disputaba con Brasil. La guerra era ya un hecho consumado.

Las ruinas de Paysandú

El gobierno blanco uruguayo estaba ya herido de muerte. Tropas coloradas sublevadas con el apoyo de la poderosa escuadra brasileña bloquearon y atacaron la ciudad de Paysandú que, defendida por escasos y heroicos combatientes, resistió con bravura la embestida durante varios días. Entre Ríos se indignaba ante la masacre que podía observar frente a sus costas. Todos esperaban que, de un momento a otro, el Gral. Urquiza encabezara la reacción que decidiría la batalla y, seguramente, el destino del conflicto por venir. Soñaban con una triple alianza distinta entre los blancos uruguayos, las tropas federales argentinas y el Paraguay de Francisco Solano López. Pero el Brasil, conocedor de los bueyes con que araba, no quería asumir riesgos innecesarios y tocó el punto débil del líder entrerriano. Le ofreció un sobreprecio por cada uno de los 30.000 caballos que necesitaba para sus tropas. La emblemática caballería entrerriana se transformaría de un plumazo en un inofensivo grupo de jinetes desmontados. Negocio cerrado. Casi 400.000 patacones irían a parar a las arcas del Palacio de San José. Diría un historiador brasileño: “Urquiza, embora inmensamente rico, tinha pela fortuna amor inmoderado”. Cuando poco quedaba de Paysandú tras los violentos bombardeos, los defensores se rindieron. Días más tarde, los jefes de la resistencia terminarían sus días frente a un pelotón de fusilamiento. Ya nada detendría la caída del gobierno blanco. La “Cruzada Libertadora” iniciada tiempo atrás por el Gral. Venancio Flores había triunfado. El objetivo del Imperio se había cumplido. Pero pagaría un precio demasiado caro.

La invasión paraguaya

Paraguay, ante la negativa del presidente Mitre de permitirle el paso por territorio argentino para auxiliar al gobierno uruguayo, declaró la guerra a la Argentina e invadió la provincia de Corrientes con dos columnas paralelas a los ríos Paraná y Uruguay. Esperaba seguramente el apoyo prometido del ya desprestigiado Urquiza que, temeroso de ser traicionado por los porteños que lo aborrecían, se mantenía a la expectativa y en conversaciones paralelas con Mitre, Venancio Flores, el gobierno blanco de Montevideo y, por supuesto, con Francisco Solano López. Dormían en los cajones de su escritorio las cartas suplicantes de los caudillos agonizantes del interior que lo convocaban a retomar la lucha contra Buenos Aires. “¡ Muerte al traidor Urquiza... !” serían las últimas palabras que escucharía el entrerriano antes de ser baleado y apuñalado en su mansión de San José, unos años mas tarde. Ante el ataque paraguayo, Buenos Aires estalló en indignación general y la prensa llamó a lavar el honor ofendido. El 1º de mayo de 1865, con celeridad inusitada, y una vez que el Gral. Bartolomé Mitre se aseguró la comandancia de los ejércitos aliados, los emisarios de Argentina, Brasil y Uruguay firmaron secretamente en Buenos Aires el Tratado de la Triple Alianza, en el que sus signatarios se comprometían a derrocar el gobierno de Paraguay, asegurar la libre navegación fluvial por aguas guaraníes –viejo anhelo imperial- y obligar a lo que quedase de aquel país a pagar los gastos generados por la guerra. Brasil y Argentina, antiguos rivales de siempre, esta vez tenían un enemigo en común que los uniría fatalmente en una larga y sanguinaria guerra, que bajo ninguna circunstancia hubiesen iniciado sin esta maldita alianza.

“En 3 meses en Asunción...”

Con esas optimistas palabras arengó Mitre a sus partidarios enfervorizados que lo aplaudían. Recién finalizaban las guerras civiles, cuando la ensangrentada República Argentina debía rápidamente organizar un ejército para responder a la invasión. El Congreso determinó que se enviarían 10.000 soldados de línea y 25.000 guardias nacionales. A excepción de Buenos Aires, donde la juventud porteña se disputaba las vacantes, no fue fácil para las autoridades militares conformar la Guardia Nacional. En las provincias, la sola mención de combatir junto a los porteños contra el Paraguay, de reconocidas simpatías por las ideas federales, hacía erizar la piel de los hombres que hasta ayer habían sido perseguidos hasta el cansancio por las huestes enviadas desde la gran ciudad del Plata. Los “voluntarios” eran prácticamente cazados mediante levas forzosas y trasladados engrillados hasta el punto de reunión de las fuerzas aliadas. En Entre Ríos, El Gral. Urquiza pudo convocar algunos hombres que le continuaban siendo fieles. Es de suponer que los llevó engañados. Apenas les sacó el ojo de encima, la legión entrerriana se desbandó y no precisamente por falta de coraje. Preferían arriesgarse al fusilamiento por desertores antes que pelear con Buenos Aires y el Brasil. Así le respondía Ricardo López Jordán, oficial de su máxima confianza y futuro verdugo: “Ud. nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, General. Ese es nuestro amigo. Llámenos para pelear a los porteños o a los brasileños; estaremos prontos, esos son nuestros enemigos...”. Así y todo, venciendo innumerables dificultades, la comandancia logró constituir una fuerza importante en Entre Ríos. La maquinaria bélica aliada estaba presta para tomar rumbo norte hacia los esteros guaraníes.

El avance aliado

Una vez reunidas las fuerzas de Argentina, Brasil y Uruguay, el avance aliado por territorio correntino fue incontenible. Se recuperaron las ciudades correntinas y brasileras tomadas por los paraguayos quienes, tras sufrir cuantiosas pérdidas entre bajas y prisioneros de guerra, se replegaron sobre tierras guaraníes con el objeto de asumir una posición defensiva que los llevaría al desastre. Las tropas aliadas cruzaron el Río Paraná a la altura de Paso de la Patria con el apoyo de la escuadra imperial y se internaron en el Paraguay, donde los esperarían 5 años de sangrientos combates sin cuartel en escenarios que parecían sacados del mismo infierno.

Bañados de sangre

Es el otoño de 1866. Se suceden terribles combates con enormes cantidades de bajas por ambos lados. Estero Bellaco. Tuyutí. Yataití Corá. Boquerón. Los aliados se sorprenden por la ferocidad y valentía casi suicida con que los soldados paraguayos defendían palmo a palmo sus posiciones. Para completar el espectáculo desolador, una terrible epidemia de cólera hace estragos en ambos bandos, trasladándose luego a la población civil en Asunción, Corrientes, Montevideo y Buenos Aires. En un intento por detener la feroz guerra fraticida, Francisco Solano López solicita una reunión con los mandos aliados. El encuentro se realiza en Yataití Corá y cuenta con la participación de Bartolomé Mitre y Venancio Flores. El representante del Brasil se niega a participar por no tener la autorización de Pedro II a tal efecto. La conferencia se lleva a cabo en un ambiente de confraternidad, pero es inútil. Mitre no está dispuesto a romper la alianza con el Brasil. La guerra continuará. El destino de Solano López ya estaba sellado de antemano y el avance aliado no se detendría hasta los confines del Paraguay.

Curupaytí

“Descangalhar tudo isso em duas horas...”. La promesa del comandante de la flota imperial debió haber sonado muy convincente para el Gral. Mitre. El brasileño se comprometía a bombardear las trincheras de Curupaytí para facilitar el ataque de la infantería aliada contra la sólida posición defensiva paraguaya. El 22 de setiembre de 1866, cuando una vez finalizado el bombardeo naval se dio la señal de ataque, las columnas integradas por argentinos y brasileños avanzaron decididamente por el terreno fangoso con las bayonetas calzadas en sus rifles hacia una trampa mortal. Un fatal error de cálculo había lanzado las bombas arrojadas desde el río lejos de las posiciones paraguayas dejando prácticamente intacta la infranqueable posición guaraní. Era el inicio del desastre. Los compactos grupos de infantes aliados avanzaron hacia una muerte segura bajo las balas de los cañones y fusiles que asomaban detrás de las defensas. Tras 4 horas de infructuosos intentos por conquistar las trincheras enemigas, Mitre llamó a retirada. La derrota fue total. Los muertos aliados se contaron en miles. Las bajas paraguayas no llegaron a 100. Las fuerzas de la Triple Alianza tardarían un año en recuperarse de la catástrofe.

Las rebeliones internas

Como dijimos, en gran parte del territorio argentino la guerra provocaba un rechazo visceral. La derrota de Curupaytí y la publicación en Londres del secreto Tratado de la Triple Alianza generaron reacciones adversas de todo tipo. Un sector de la prensa comenzó a denostar el pacto infame y en las provincias se levantaron en armas grupos montoneros opuestos a Buenos Aires. Tan grave se tornó la situación interna que tropas de línea debieron retornar desde el Paraguay para sofocar los levantamientos. Surgió la figura del bravo caudillo catamarqueño Felipe Varela, quien inocentemente intentó sacar de su letargo a Urquiza: “...monte á cavallo á libertar de nuebo a la Rpca. qe de lo contrario cae en un abismo y sus abitantes serán víctimas...”. La carta iría a parar al cajón junto a las otras. Bajo la bota de Mitre, y entretenido contando las monedas, el entrerriano estaba muy ocupado haciendo negocios con la burguesía comercial de Buenos Aires como para atender a las cuestiones de la patria. La rebelión finalmente fue sofocada y las milicias retornaron al sofocante calor de los bañados paraguayos.

Se derrumba el Paraguay

La guerra se estaba haciendo eterna y la situación interna en los países aliados se complicaba. Para peor, internacionalmente la contienda estaba muy mal vista. Era la lucha de David contra Goliat. No es difícil imaginar de qué lado se encontraban las opiniones de los estados neutrales. Tras algunos combates, y ya sin la comandancia del Gral. Mitre, que había regresado a Buenos Aires por la muerte del vicepresidente Marcos Paz en la epidemia de cólera, la escuadra imperial sobrepasó la fortaleza de Humaitá que defendía Asunción aguas abajo y comenzó a bombardear la capital. La situación de Francisco Solano López era desesperante. En la retirada, la sospecha de conspiraciones contra su vida lo arrastró a cometer terribles excesos en perjuicio de los que hasta ayer eran personas de su confianza. No faltaron torturas, degüellos y fusilamientos de familiares, oficiales del ejército, asunceños de la alta sociedad y extranjeros. La idea de la rendición no tenía espacio en el pensamiento del vehemente líder paraguayo. Ante ese panorama, sus sacrificadas y valientes tropas estaban decididas a entregar hasta el último aliento por la bandera tricolor antes que hincarse de rodillas ante el enemigo. Tras la feroz batalla de Lomas Valentinas que duró 6 días, una Asunción ya abandonada por sus pobladores quedó a merced de los ejércitos aliados. La capital fue impunemente saqueada. Escribiría el Coronel argentino José I. Garmendia, testigo presencial de la barbarie: “Muebles, pianos, cortinajes, vajillas, puertas labradas, porcelanas, alhajas, cristalería, todo cuanto los espantados habitantes no pudieron llevarse consigo en la precipitación de su huída, fue cargado por el vencedor en sus barcos...”.

Persecución y muerte

La generosidad de los prestamistas británicos y la inagotable provisión de esclavos que bajaban de los barcos para reemplazar a los muertos pusieron en manos de las tropas del Imperio la filosa daga que necesitaban para clavar la estocada final. Acompañado por los restos lastimosos de su ejército y rodeado de mujeres, niños y ancianos, el presidente paraguayo huyó hacia el norte buscando las montañas y la selva donde extender su agonía. Como es de imaginar, iban escoltados por el hambre, la miseria y las enfermedades. Sabiéndose condenados, era un ejército de fantasmas que caminaba rumbo a la nada. “La guerra está concluida y aquel bruto tiene todavía veinte piezas de artillería y dos mil perros que habrán de morir bajo las patas de nuestros caballos” escribía el ya Presidente de la Nación Domingo F. Sarmiento en una carta. No se equivocaba el gran padre del aula que, paradójicamente, años después dejaría este mundo en Asunción, rodeado de esos “perros”. En Cerro Corá, el 1º de marzo de 1870, tras ser emboscado por tropas imperiales, el Mariscal Francisco Solano López sería lanceado y finalmente baleado a orillas de un arroyo. También moriría allí su hijo adolescente quién no quiso rendirse. Ambos fueron enterrados en ese pedazo de tierra que defendieron hasta morir. Como otros. Como muchísimos otros que llenaron con sus restos mortales “la fosa común mas grande que haya conocido la historia americana” a palabras del escritor argentino Agustín Pérez Pardella. Era el final de la Guerra de la Triple Alianza. Ya no había más Solano López. Ya no había más guerra. Ya no había más Paraguay.

El reparto de los despojos

No había finalizado la contienda cuando ya mandaba en Paraguay un gobierno establecido por el Brasil. Eran paraguayos, por supuesto. Pero las decisiones se tomaban en Río de Janeiro. Para el Imperio, el paso siguiente era formalizar la entrega de los territorios en disputa. Y así lo hizo, firmando un acuerdo a espaldas del Tratado de Triple Alianza que prohibía la negociación individual de los aliados una vez finalizada la guerra. En Buenos Aires la traición cayó como una bomba y hasta se llegó a hablar de una guerra contra el Brasil. Por suerte, la sangre no llegó al río. Tras años de arduas negociaciones en Asunción, Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro, en las que no faltaron amenazas, mentiras, engaños y hasta sospechosas muertes, el 3 de febrero de 1876 se firmó el tratado por el cual Paraguay logró quitarse de encima la ocupación militar imperial y resolver, mediante arbitraje internacional, las cuestiones limítrofes con Argentina. Finalizada la abominable guerra, habiendo perdido gran parte de su territorio, prácticamente sin población masculina, devastadas sus plantaciones y sus haciendas, derrumbadas sus incipientes industrias y con los escasos sobrevivientes enfermos o mutilados, los ojos del Paraguay vieron evaporarse para siempre sus sueños de grandeza e independencia.

El negocio de la guerra

Como en todas las guerras, en el conflicto de la Triple Alianza hubo ganadores y perdedores. Y como en todas las guerras, la fortuna tocó a la puerta de los que siempre ganan. Los proveedores de los ejércitos, esas huestes sin bandera que solo se inclinan ante el sonar de las monedas, repitieron la costumbre haciendo, esta vez, pingues negocios a costa del oro que el Brasil entregaba a manos llenas. Poderosos hacendados y comerciantes de Buenos Aires y Entre Ríos se enriquecieron aún mas entregando carne, cueros y mercaderías a las tropas. Estos grupos sociales, de enorme influencia en las cuestiones socio-económicas y políticas de entonces, aumentarían su poder que ejercían desde obscenos palacios e inconmensurables estancias. Asegura el historiador León Pomer: "La Guerra del Paraguay fortaleció la clase oligárquica y parasitaria y la llevo a ejercer la hegemonía total sobre todo el territorio".

La peste del “vómito negro”

En 1871, los últimos coletazos de una guerra injusta y desigual golpearon a Buenos Aires como un castigo divino; el flagelo de la fiebre amarilla comenzó nuevamente a golpear las puertas de la ciudad. La enfermedad del “vómito negro” encontró, entre sus descuidadas y precarias condiciones urbanas y sanitarias, el entorno ideal para el mosquito transmisor de la enfermedad. Tremendas escenas se vivieron en esos días. Conventillos plagados de inmigrantes recién llegados eran vaciados y desinfectados a la fuerza por las autoridades dejando a sus ocupantes literalmente con lo puesto. Miles de cadáveres eran transportados en ferrocarril al flamante cementerio de la Chacarita. La huída generalizada transformó la urbe en un pueblo fantasma. En esos días, los porteños fueron testigos de conductas humanas absolutamente contrapuestas. Por un lado, la enorme valentía y solidaridad de quienes dejaron su vida ayudando a los enfermos; Por el otro, los patéticos testamentos falsificados con los que presuntos herederos pretendían quedarse con los bienes de los fallecidos.

Preguntas sin respuesta

No es sencillo determinar con certeza cuales fueron los motivos que impulsaron al gobierno liberal de Bartolomé Mitre a dejarse arrastrar por el Brasil en una aventura guerrera que previsiblemente tendría funestas consecuencias para todos los estados beligerantes. Analizando la situación internacional, la hipótesis de una intervención británica manipulando a su conveniencia las discordias entre los países de la América del Sur de mediados del siglo XIX parece tener sustento. Diría al respecto el historiador José María Rosa: “Los títeres no saben que representan movidos por hilos ocultos”. Esta teoría no descarta la subrayada por Juan Bautista Alberdi, furioso opositor al trágico conflicto, quien sentenciara con acierto desde su exilio francés: “Esta guerra no es sino un eslabón mas de las guerras civiles argentinas”. Muy cara le costaría esta posición al brillante publicista tucumano. Sus viejos enemigos políticos, Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento, jamás le perdonarían esta actitud, ni aún después de su fallecimiento en 1884.

Estas breves líneas no pretenden ofender la memoria de los miles de argentinos que regaron con su sangre los esteros paraguayos exhibiendo sacrificio, coraje y amor a la patria. Por el contrario, es de alguna manera, nuestro humilde homenaje a esos valientes compatriotas. Ellos no son responsables de las decisiones que se toman en los escritorios. Al desatar la venda que durante años nos privó de conocer estos hechos desgraciados que nos avergüenzan como argentinos y latinoamericanos, descubrimos que es posible trazar paralelismos con el presente. Hoy podemos ver, en vivo y en directo, como infames alianzas arrasan estados independientes llevando en alto los estandartes de “civilización”, “libertad”, “lucha contra la tiranía”, “libre comercio” y cualquier otra abstracción sin contenido que se adecue a sus necesidades. Evidentemente, el mundo no ha cambiado tanto.

Cuando han pasado mas de 135 años de la finalización de la Guerra de la Triple Alianza se nos ocurre una triste pregunta que lamentablemente jamás obtendrá respuesta: ¿ Que le hubiese deparado el destino a nuestros hermanos del Paraguay de no haberse llevado a cabo esta cruel guerra sin sentido ?. Desgraciadamente, nunca lo sabremos.

Autores

Paz Blanc
Marìa Cecilia Salatino
Gustavo Santander

Bibliografía

"Alberdi, los mitristas y la Guerra de la Triple Alianza", David Peña, 1965
"Cerro Corá", Agustín Perez Pardella, 1977
"Siete años de aventuras en el Paraguay", George Masterman, 1911
"El drama del 65, la culpa mitrista", Luis A. de Herrera, 1965
"La guerra del Paraguay", Miguel Angel de Marco, 2003
"La Guerra del Paraguay, estado, política y negocios", León Pomer, 1987
"La Guerra del Paraguay y las montoneras argentinas", José María Rosa, 1964
"Maldita guerra", Francisco Doratioto, 2004
"El Brasil ante la democracia en América", Juan Bautista Alberdi, 1946
"La mariscala", Sian Rees, 2004
"Anales diplomático y militar de la Guerra de la Triple Alianza", Gregorio Benites, 1911
"La cartera del soldado", Juan Ignacio Garmendia, 1973
"En tres meses en Asunción", Mario Díaz Gavier, 2005
"Vida y muerte de López Jordán" , Fermín Chavez, 1986
"Años de forja, Venancio Flores", Alfredo Lepro, 1962

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