24 de noviembre de 2006

Iluminados

[Continuación de 11 de Septiembre de 1852]

Pacto de conveniencias

Con el triunfo de la revolución del 11 de septiembre de 1852, la poderosa provincia de Buenos Aires quedó en manos de un heterogéneo grupo de hombres ilustrados y temerarios que provenían de diferentes tendencias e ideologías. Podía verse allí al centralismo obstinado e irrefrenable de los unitarios de la vieja escuela, representado en la figura distinguida y respetada de Don Valentín Alsina, veterano en las subterráneas oscuridades de la intriga y la conspiración. El liberalismo, insuflado por los vientos llegados de la convulsionada Europa, era representado por jóvenes militares e intelectuales que, al mirarse en un espejo, se enceguecían ante la refulgente figura de un “Iluminado”, único ser capaz de llevar a la naciente República por el sendero del progreso y la civilización. Entre otros, esta corriente estaba integrada por el artillero y poeta Bartolomé Mitre y el prolífico publicista Domingo F. Sarmiento, por esos días en Chile. Sin duda eran los más talentosos y determinados abanderados de esa generación. Estos dos grupos estaban compuestos, en general, por hombres de escasos recursos económicos debido a sus “aficiones intelectuales” y a los largos destierros que habían padecido. Pero sucede que cualquier proyecto viable requiere de un aporte monetario para transformarse en una realidad que se sustente en el tiempo. En este caso, pudieron contar con el dinero de terratenientes rosistas que, atemorizados ante la perspectiva de perder sus “privilegios y fortunas”, no le hicieron asco a un pacto con personajes que hasta ayer eran sus más fieros enemigos. Allí podemos ver los nombres de Lorenzo Torres, Nicolás Anchorena y el Gral. Ángel Pacheco, que otrora habían amasado sus fortunas bajo el ala protectora de Juan Manuel de Rosas y ahora lo negaban como el buen Pedro lo hizo con Cristo.

La República Mesopotámica

Desenganchados del carro algo desvencijado del Gral. Urquiza, los porteños nombraron interinamente como Gobernador de la provincia al veterano Gral. Manuel Pinto, hombre de “moderación y delicadeza”, que pretendía circunscribir la sublevación al ámbito de la provincia. Pero no todos tenían la misma idea. Envalentonados por el simple trámite que resultó la revolución que expulsó al caudillo de Entre Ríos, los “Iluminados” quisieron ir por todo y se lanzaron decididamente hacia las provincias para abortar el proyecto constitucional de Urquiza. Para los gobernadores del interior la situación era muy compleja antes de la revolución del 11 de septiembre. Con la escisión de Buenos Aires, el clima se tornó irrespirable ante las nubes sofocantes de la incertidumbre y el temor. Desde el puerto comenzaron a partir emisarios hacia algunas ciudades importantes en un intento por sumar adeptos a su causa, buscando debilitar la endeble estructura de voluntades que se adherían al plan constitucional del caudillo entrerriano. El Gral. Urquiza, a esta altura de los hechos, temiendo perder el apoyo de las provincias, comenzaba a pensar en la conformación de una República Mesopotámica. Le escribía al Gobernador de Corrientes: “Si lo que no es de esperar desgraciadamente sucediese, estoy enteramente conforme con sus ideas, en que nuestras dos provincias puedan formar por si solas un Estado fuerte...”.

Las cartas

Desde la Sala de Representantes, Mitre emitió un Manifiesto donde invitaba a las provincias a sumarse a un Congreso Nacional auspiciado por Buenos Aires y comenzó a enviar cartas seductoras a los nidos de liberales provincianos que se mantenían en permanente estado conspirativo. En Santiago del Estero, el gobernador era el unitario Manuel Taboada, hombre de ideas quebradizas con fama de ubicarse “siempre en el sol que más calienta”. Mientras este se mostraba fiel a Urquiza, su hermano Antonino recibía con ruin ansiedad las cartas de Mitre: “...Su influencia sobre las provincias del norte lo indican como el hombre llamado a encabezar un movimiento en esas provincias dando a los pueblos la gloriosa señal de redención. La Providencia brinda a Ud. una corona.... Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy acaudilladas por usted, obligadas por un pacto especial, pueden formar una coalición invencible”. Tras asegurarle que simultáneas maquinaciones estaban en marcha en otras provincias, cerraba prometiendo que “antes de tres meses podremos abrazarnos en el centro de la República libres de caudillos insolentes”. Mientras tanto, desde Chile, Sarmiento fomentaba revueltas contra el Gobernador sanjuanino Nazario Benavídez. En Corrientes, el Gobernador Pujol llevaba adelante una sinuosa y arriesgada política a dos puntas. Realmente, los gobernadores estaban en una encrucijada. Un paso en falso podría acabar con su feudo y enviarlos al destierro o al otro mundo. Mientras tanto, en Buenos Aires, a Valentín Alsina no le temblaba el pulso para asegurarle al Embajador inglés William Gore Ouseley que “no era propósito del gobierno insurreccionar las provincias del interior”. Evidentemente el papel, en esa época, también aguantaba cualquier cosa.

El "manco"

Respondiendo a la convocatoria de los porteños, llega desde Montevideo a Buenos Aires el mítico Gral. José María Paz. Aun enfermo y entrado en años, goza de prestigio en el Plata. Los "Iluminados" le encargan una tarea compleja y llena de riesgos. “El gobierno lo destina a una misión pacífica al interior, que llegado el momento se transformaría en guerrera”. Sus labios debían exponer en las provincias un puñado de frases plagadas de armonía y respeto a las autonomías provinciales. Pero el emisario cordobés portaría bajo el poncho un paquete de instrucciones mas comprometidas. Les “aconsejaría” a los gobernadores romper con Urquiza, “echando las bases de la convocatoria de un nuevo Congreso bajo la hegemonía de Buenos Aires”. “Para el éxito de su misión se le proveería muy abundantemente de dinero, que debería emplear como argumento decisivo, sin escatimarle...”. Pero sus “cantos de sirena” no llegarían muy lejos. Al cruzar el Arroyo del Medio que separa la provincia de Buenos Aires de la provincia de Santa Fe, los comandantes rurales le salieron al cruce para impedirle el paso. El Gobernador local, Domingo Crespo le dejó clara su postura: “Solo por una revolución sangrienta de que Ud. será responsable tendrá éxito su misión y no quiero hacerle la injuria de creer que Ud. haya abrazado ese pensamiento”. Por supuesto que el veterano “Manco” Paz estaba abrazado a esas ideas trasnochadas. Había luchado toda su vida contra el caudillaje federal, por lo que no debieron hacer mucho los “Iluminados” para convencerlo.

El plan y las mentiras

El rechazo de las provincias hacia las propuestas de los porteños fue unánime. El fracaso rotundo de la política de seducción no sosegaría a los “Iluminados”. Si no era por las buenas, sería por las malas. “Los primates porteños persistirían en sus trazas por acabar con el poder del entrerriano. Nada detendría su osadía. Rechazados por las provincias del interior, se lanzarían sobre el propio terruño del rival”. Y así fue nomás. Removieron la piedra en el camino que les significaba el pacifismo del Gral. Pinto y encumbraron a Valentín Alsina en la gobernación, con un procedimiento poco transparente. Evidentemente para estos hombres el fin justificaba cualquier medio. El plan ya estaba preparado. Bajo el pretexto de enviar tropas correntinas y entrerrianas de regreso a sus provincias, zarparía de Buenos Aires una expedición hacia la Mesopotamia. “Irían entreverados soldados porteños, mucha artillería y considerable metálico”, fundamental para comprar voluntades de pocas convicciones. Interrogado por consternados diplomáticos extranjeros acerca de los rumores del inicio de una guerra civil contra el Gral. Urquiza, Don Valentín Alsina continuó con su prédica pacifista: “...El gobierno no tiene intención alguna de invadir la provincia de Entre Ríos...”. Por supuesto no le creyeron una palabra. En el Foreign Office ya estaban al tanto de los planes bélicos de los porteños y sabían a que atenerse. Mostrando estupendo conocimiento de los bueyes con que se araba en estas tierras, se escriben: “Durante mucho tiempo he estado tratando con esta gente (Alsina y los suyos) y los conozco positivamente. Si llega el tiempo en que el Gobierno de Buenos Aires se encuentre sin una sombra de esperanza, puede ser que atiendan consejos; pero en tanto piensen que tienen una caña para asirse se van a engañar a ellos mismos, creerán que pueden flotar y prolongarán una crisis peligrosa al país y desastrosa al comercio europeo”. Toda una pintura de los “Iluminados”.

El homenaje

El Gral. Paz recibía cartas de un desesperado Valentín Alsina. Cansado de las dilaciones del cordobés, lo intimaba a apurar las decisiones y sumarse de una buena vez a la cruzada bélica contra el Gral. Urquiza: “... es quimera esperar para hacer una invasión a que tengamos la fuerza veterana que Ud. desea muy justamente. A mi juicio, es inevitable invadir ya, ya, YA, con lo que se pueda. No tenemos ya la elección de la oportunidad. Los sucesos nos impelen; la actualidad nos oprime... No podemos esperar ni un solo día...”. Baqueano en los tortuosos senderos de las confabulaciones, trataba de convencerlo: “Empiécese, que en guerras civiles y en situaciones como la actual, ese algo puede traer mucho...”. En la sala de debates del antiguo Congreso Nacional de la calle Balcarce, cuelga hoy de la pared, en un lugar destacadísimo, un estupendo cuadro de Don Valentín. Indigno homenaje a un hombre que famélicos esfuerzos hizo por la unión de la República.

La invasión

El plan consistía en enviar tropas para invadir Entre Ríos, con el apoyo prometido de Corrientes y del dubitativo Gral. Paz que entraría a Santa Fe desde la campaña bonaerense al mando de un fuerte ejército. El 10 de noviembre de 1852 zarpó la expedición al mando del Gral. Madariaga. El flamante Gral. Hornos desembarcó cerca de Gualeguaychú con el objetivo de sublevar los hombres del interior entrerriano. Madariaga continuó aguas arriba y atacó Concepción del Uruguay, siendo rechazado por los defensores al mando del comandante Ricardo López Jordán. La huida de Madariaga resultó algo caótica. “Tal era el pánico que se había apoderado de él que hizo soltar las anclas para huir mas pronto y las ruedas del vapor despedazaron a los fugitivos que por ellas pretendieron subir a bordo”. Al conocer la noticia del desastre de Concepción del Uruguay y sin encontrar el apoyo correntino que tanto necesitaba, el Gral. Hornos huyó precipitadamente hacia Corrientes escapando de una partida al mando del Gral. Urquiza, que había abandonado el Congreso Constituyente para reprimir a los invasores. Perseguido, Hornos debió pedir asilo en Brasil para rescatar su humanidad de las tropas entrerrianas. Del avance del Gral. Paz no hubo noticias. La desquiciada idea de los “Iluminados” terminó como tenía que terminar. En un descalabro general. Pero estas rencillas no serían nada en comparación con lo que vendría. Profusos ríos de sangre argentina surcarían los campos bonaerenses por largo tiempo.

[Continúa en El Sitio de Hilario Lagos]

Bibliografía

"Historia Argentina", José María Rosa, 1992
"Manuel Taboada, Caudillo Unitario", Jorge Newton, 1972
"Urquiza y su Tiempo", Beatriz Bosch, 1980
"Urquiza y Mitre", Julio Victorica, 1986
"La República Dividida", María Saenz Quesada, 1974
"Historia de la República Argentina", Emilio Vera y González, 1926
"Historia de la Organización Nacional", Mariano Pelliza, 1897

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