5 de diciembre de 2006

El Sitio de Hilario Lagos

[Continuación de Iluminados]

La rebelión de tierra adentro

El plan de los "Iluminados" había fracasado. La trasnochada idea de invadir el territorio de la Confederación Argentina para abortar por la fuerza el proyecto constitucional de Urquiza tuvo una vida efímera. Sofocados por el calor de diciembre de 1852, los hombres de Buenos Aires estaban comenzando a repartirse las culpas cuando llegaron noticias alarmantes desde el corazón de la provincia. En Mercedes, inesperadamente se había sublevado tropa propia al mando del Cnel. Hilario Lagos. ¿Qué había sucedido? La idea porteña de atacar Santa Fe bajo el mando del Gral. Paz no había prendido en los recios gauchos de la llanura bonaerense. Quienes hasta ayer habían combatido con devoción bajo la insignia rojo punzó del Restaurador Rosas no estaban dispuestos a combatir a sus hermanos. El Gral. Juan José Flores, Ministro de Guerra de la provincia, intentó seducirlos sin éxito con una parva de billetes que llevaba para pagar los sueldos atrasados. Evidentemente, el reflejo de las luces de los "Iluminados" no tenía el efecto deseado en la interminable estepa provinciana.

Sorpresa

El Gral. José María Paz aguardaba la llegada del contingente en las inmediaciones del límite con Santa Fe. Menuda sorpresa se habrá llevado al abrir la correspondencia que le enviaba Hilario Lagos: “Ud. sabe que la provincia toda resiste una guerra principada con felonía, que ningún objeto laudable tiene, si no es el capricho del Dr. Alsina... Me he puesto a la cabeza de las masas para echar abajo al Dr. Alsina y pedir la paz y la unión con el resto de nuestras hermanas, las provincias. ¡Basta, señor, de guerra!... Yo le suplico que renuncie para evitar toda ocurrencia desagradable”. La infinita experiencia del veterano cordobés le aconsejó embarcarse rápidamente hacia Buenos Aires para ponerse a cubierto de la rebelión. El Gral. Flores presentó su renuncia al Ministerio y cruzó el río hacia Montevideo. Quizás por el apuro y los nervios de la situación olvidó devolver la enorme cantidad de dinero que le habían entregado los “Iluminados” para los gastos de la guerra contra la Confederación.

Ciudad sitiada

Al mando del Cnel. Hilario Lagos, los revolucionarios se enfilaron hacia Buenos Aires con el firme objetivo de tumbar el escasamente representativo gobierno de Don Valentín Alsina. Lagos lanza una proclama: “... vamos a dar por tierra con un gobernante caprichoso y torpe sin igual. Sus locas ambiciones han comprometido la provincia en una guerra injusta y desastrosa para todos nosotros...”. A esta altura, llegaban a Santa Fe las primeras noticias del levantamiento. No es difícil imaginar la sonrisa de Urquiza cuando se enteró que quienes lo habían expulsado de Buenos Aires como un leproso, ahora estaban con un pie afuera del gobierno. No tarda el entrerriano en enviar dinero a los rebeldes respondiendo a un pedido expreso de los sublevados. Estos avanzaron hacia la ciudad estacionándose en los suburbios. Los actuales barrios de San Telmo, Balvanera y Recoleta quedaron en poder de los hombres de Lagos. La pequeña ciudad quedó sitiada por tierra al oeste, sur y norte, impidiendo el paso de provisiones para los temerosos porteños, que empezaban a asumir la gravedad de la situación. Ante la intimación, Valentín Alsina renunció a la Gobernación y comenzaron las negociaciones con Lagos para conocer sus pretensiones. Las exigencias fueron terminantes. Había que remover a los “salvajes” de la Legislatura, revocar las disposiciones del gobierno de Alsina, reconocer el Acuerdo de San Nicolás y enviar dos diputados al Congreso Constituyente que se estaba llevando a cabo en Santa Fe. Casi nada. Las exigencias estaban hechas a medida de las pretensiones de un Gral. Urquiza que aún esperaba a Buenos Aires con los brazos abiertos en su Congreso Constituyente. Pero los porteños resultaron ser siempre un hueso duro de roer.

Dinero fácil

Mientras se llevaban a cabo las negociaciones, los representantes de la Sala Legislativa tuvieron la poco original idea de autorizar la impresión de enormes cantidades de dinero para acudir a los gastos de guerra. Con ese recurso, el sostén de la defensa estaría garantizado. Los sitiados comenzaron a cavar trincheras en las calles de la ciudad e improvisaron algunas milicias urbanas que enfrentarían a los hombres de Hilario Lagos. El poeta Carlos Guido y Spano, que formó parte de esa flamante Guardia Nacional, dejó un gráfico recuerdo de esos momentos: “... se me ocurrió una vez al ver avanzar al Gral. Pacheco (su jefe), lleno de marcial arrogancia, rodeado de sus noveles y briosos ayudantes, que si a nuestros adversarios morrudos, faltándole el respeto, se les antoja darnos una carga de firme, teníamos muchas probabilidades de ir a contar el cuento a los Campos Elíseos”. Entre la dirigencia porteña, comenzaba a brotar un sentimiento de repulsa ante el intrépido oficial rebelde, ya abiertamente partidario del Gral. Urquiza, que se atrevía a poner en duda la supremacía de los “Iluminados”.

La escasez

Los días pasaban sin novedad, mientras el Cnel. Lagos se encargaba de supervisar la tropa que mantenía cercada a la ciudad. En plena pampa bonaerense, los porteños contaban con algunas fuerzas al mando del Cnel. Pedro Rosas y Belgrano, hijo natural del ilustre Manuel Belgrano, que avanzaban hacia la ciudad para remover a los sitiadores. Mientras tanto, la urbe estaba paralizada. No había comercio, ni actividad oficial y los precios de los productos de primera necesidad se disparaban por la escasez. Los habitantes de Buenos Aires sufrían los efectos del bloqueo y comenzó a reinar el descontento. Ante la amenaza de un conflicto armado inminente, marineros franceses, brasileños, ingleses y españoles desembarcaron en la ciudad para proteger a los comerciantes extranjeros. Los astutos porteños, que en un principio se vieron sorprendidos por el sitio, habían logrado ganar el tiempo necesario para fortificar las defensas y prepararse para resistir. La cuestión ya iba tomando otro matiz. No tan débiles como al principio, comenzaron a sentirse capaces de enfrentar a la horda de gauchos insurrectos que pretendía someterlos.

El punto débil

Hacia enero de 1853, convocado por el Cnel. Hilario Lagos, el Gral. Urquiza comenzó a intervenir abiertamente en un conflicto que hasta ese momento se había circunscrito a la provincia. Un barco de la Confederación Argentina se hizo presente en las aguas del Río de la Plata capturando dos barcos a vela de la provincia. El enfrentamiento comenzaba a agravarse y, teniendo en cuenta el pasado reciente, sus consecuencias podían ser trágicas. En los suburbios de la ciudad, tropas de Lagos vencieron fácilmente a los hombres de Rosas y Belgrano en la batalla de San Gregorio, eliminando así el único grupo armado de tierra adentro que sostenía la autoridad de los hombres de Buenos Aires. Pero un problema frecuente en estas situaciones comenzó a acuciar a los sitiadores. La falta de dinero. Hasta ese momento, la matanza de ganado de las inmediaciones, la venta de los cueros y el algún aporte de Urquiza había servido para alimentar a la tropa y sostener los gastos de guerra. Pero el goteo era incesante y, tarde o temprano, los recursos se acabarían. Los sagaces hombres de Buenos Aires se percataron rápidamente del Talón de Aquiles de su adversario. Era el comienzo del fin.

La "mediación"

Autorizado por el Congreso reunido en Santa Fe, Urquiza pretendió asumir un extraño papel de mediador enviando a comisionados para tal fin. Los emisarios fueron recibidos por los porteños con una lógica desconfianza que no podían disimular. Mientras Urquiza aguardaba en San Nicolás, las reuniones de conciliación se llevaron a cabo entre representantes de ambos bandos. Pero las pretensiones de los hombres de Buenos Aires eran inaceptables para el entrerriano. Tras el fracaso, enfurecido con los emisarios y los porteños, decidió llegarse personalmente hasta la adversa Buenos Aires. Lagos le comunica por carta su inmensa satisfacción: "La noticia de la aproximación de Ud. ha producido un efecto conbeniente en nuestros amigos de la ciudad; en los hombres honrados y laboriosos renace la esperanza de ver terminada una lucha en que se ven comprometidos tantos intereses, por solo las aspiraciones de una docena de hombres inquietos y sin propiedad que se han apoderado del poder y quieren a todo trance hacer fortuna por cualquier medio". A fines de marzo, arribó a San José de Flores con 1.500 hombres bien equipados. Lógicamente, los hombres de Hilario Lagos se pusieron inmediatamente a las órdenes del caudillo entrerriano. Ya más calmado, inició tratativas con los sitiados, que no cesaban en la fabricación de dinero que era utilizado para armamento, alquiler de mercenarios y la compra de una escuadra completa para defender las aguas del Río de la Plata. El intento negociador fracasó nuevamente y las hostilidades se reanudarían. El Gral. Tomás Guido, el Cnel. Gerónimo Costa y Antonino Reyes, renombrados hombres de Rosas, se colocaron en el bando urquicista para combatir a los "Iluminados". Pero el problema del financiamiento de las tropas sitiadoras se agravaba a cada momento. Urquiza debió recurrir a préstamos de la usura británica que siempre estaba dispuesta a pescar algo en las revueltas aguas del Río de la Plata. Hacía allí se trasladó el foco más álgido de la guerra. Frente a la isla de Martín García, la flamante escuadra porteña fue vencida por los barcos de la Confederación Argentina, al mando del mercenario norteamericano John Halsted Coe, que prontamente se ocupó de completar el sitio bloqueando el puerto. La ciudad ya estaba completamente rodeada y los porteños veían esfumar sus sueños de victoria.

La frente del "romano"

En abril de 1853, la dirigencia de Buenos Aires, ya en posición de inferioridad, se vio obligada a aceptar la reanudación de las gestiones de paz iniciadas por diplomáticos extranjeros. Pero al conocerse la noticia de que en Santa Fe la flamante Constitución federalizaba la ciudad de Buenos Aires todo volvió a caer en sacos rotos. El 25 de mayo de 1853, en San José de Flores, acontece un hecho histórico rodeado de un ambiente enrarecido y escasamente protocolar. El Gral. Urquiza promulga la Constitución Nacional que la Asamblea había redactado en Santa Fe. Muchos argentinos veían en ese texto la herramienta que traería paz, progreso y desarrollo como por arte de magia. Lamentablemente, el tiempo se encargaría de derrumbar esas ilusiones. En Buenos Aires, la paz estaba cada vez más lejos, mientras la vida diaria se hacía cada vez mas complicada por los altísimos precios de los alimentos, al alcance exclusivo de las personas adineradas. En las calles, arrecian los entreveros y las guerrillas. En los Potreros de Langdon (cercanías de la actual calle Montes de Oca) tiene lugar un combate que dejará una marca indeleble en el hombre que llevará las riendas de la Nación en los próximos años. Dejemos describir los sucesos al Gral. Urdinarraín: "Uno de los más furiosos agitadores de la discordia, y que quería marcar en la frente con un hierro ardiendo a los que no pensaban como él, el día 2 ha sido herido gravemente en el mismo lugar en que él quería marcar a otros -este individuo es el Cnel. Bartolomé Mitre, a quien los soldados de mi Escolta en el encuentro de ese día hirieron bizarramente". La bala destrozó el centro del hueso frontal de Mitre sin penetrar el cráneo. Quienes lo conocieron en vida refieren que, con el paso de los años, cuando el Gral. se enardecía, su frente latía causando viva impresión en sus interlocutores. La mitología argentina intentaría convencernos de que al recibir el balazo, Mitre desmontó y trató de mantenerse erguido diciéndole a los hombres que se le acercaron: "Quiero morir de pie, como un romano...". En fin...

Vendo escuadra, acepto oro

En Buenos Aires cundía el pánico ante la inminente caída de las defensas. Pero no todos cayeron en la desesperación. Algunos mantuvieron la calma y fríamente golpearon a los hombres de Hilario Lagos en el lugar justo, en el momento indicado. Los porteños comenzaron a comprar, uno a uno, a los oficiales sitiadores. Relata José María Rosa: “Llegó la corrupción, el reparto a la volanta a jefes y oficiales para que desertaran de sus puestos. Pocos tendrían la entereza de resistir. Los ideales que antes movieron la conducta, sonaban a hueco en esa Argentina de 1853, disminuida, dividida, tergiversada, aniquilada, manejada desde afuera... Aquello no era la Confederación que había rechazado las intervenciones europeas. Ahora lo único que valía era el dinero; el ejemplo venía de lo mas alto”. Días después, los “Iluminados” dieron el golpe de gracia. Con unas 26.000 onzas de oro obtuvieron la escuadra completa de la Confederación Argentina al mando del Almirante Coe. Tras la transacción, el norteamericano se embarcó en un buque de su país y regresó a su tierra natal donde vivió cómodamente con el dinero obtenido en su “retiro voluntario”.

La libertad de los ríos

Para desesperación de Urquiza, el ejército sitiador de Hilario Lagos se deshilachaba frente a sus ojos con el paso de las horas. Los hombres escapaban a cobrar los honorarios prometidos arrastrando la caballada. Indignado y fuera de sí, Urquiza pidió la intervención de Inglaterra y del Brasil, que afortunadamente se negaron protestando neutralidad. Claro que los extranjeros, viendo la incómoda situación en la que había quedado Urquiza, en pleno territorio enemigo y con el único respaldo de los siempre fieles 1.500 entrerrianos, intentaron sacar provecho de la situación. Escribe un diplomático británico: “Era un ocasión apropiada para proponer una mediación entre las partes con vistas, primero a llegar a un arreglo pacífico si posible, y, aunque esto pudiera o no pudiera ser hecho, a firmar un tratado con el Director (Urquiza) en lo relativo a la navegación de los ríos”. Los extranjeros tenían la soñada zanahoria en sus narices y no la iban a dejar escapar. Los caudalosos ríos que se internaban en las tierras vírgenes de la Confederación Argentina estarían ahora abiertos de par en par para poder colocar las mercaderías que vendrían desde el otro lado del Atlántico. Poco podrían hacer para defenderse las incipientes industrias del interior, condenadas de antemano a desaparecer.

La retirada

Firmado el tratado de libre navegación, y con la mediación de los extranjeros, comenzaron las negociaciones que darían por terminadas las hostilidades. Los embajadores siempre se mostraban dispuestos a arreglar las disputas entre los revoltosos dirigentes de estas tierras. Tenían claro que, en la guerra, el comercio interior y exterior se perjudicaba y eso debía evitarse a cualquier costo. Vista la “generosidad” del bolsillo de los porteños, Urquiza condicionó su retirada a una indemnización por los gastos ocasionados. Así se arregló en un secreto “acuerdo de caballeros”. Pero algún imprudente habló de más y las condiciones del tratado se hicieron públicas. Los porteños se enfurecieron porque se dejaba escapar a Urquiza y, para colmo, con dinero de Buenos Aires en los baúles. Los hombres de Hilario Lagos, los que aún permanecían fieles al caudillo entrerriano, bramaban de indignación porque se los dejaba abandonados a la buena de Dios en una ciudad absolutamente hostil. Sin pérdida de tiempo, los extranjeros le hicieron entender a Urquiza que debía abandonar la ciudad a la brevedad. Estaba rodeado de enemigos. Con la protección de la caballería entrerriana, y montado en sus carruajes, los británicos lo llevaron hacia la desembocadura del arroyo Maldonado donde los esperaba el buque norteamericano Water Witch y otros vapores que llevarían a la tropa. Permanentemente acosados por el temor a supuestos atentados preparados contra la caravana, Urquiza y sus hombres abandonaron angustiosamente la ciudad rumbo a Santa Fe. Allí lo esperaba una Confederación Argentina pobre y miserable que debería administrar en los años venideros. La vasta llanura bonaerense vio pasar esos días a los desilusionados hombres de Hilario Lagos que lenta y amargamente se retiraban hacia el arroyo del Medio dejando atrás sus sueños de una República Argentina unida.

[Continúa en Una Constitución cualquiera]

Bibliografía

"Historia Argentina", José María Rosa, 1992
"Urquiza y su Tiempo", Beatriz Bosch, 1980
"Urquiza y Mitre", Julio Victorica, 1986
"La República Dividida", María Saenz Quesada, 1974
"Historia de la República Argentina", Emilio Vera y González, 1926
"Historia de la Organización Nacional", Mariano Pelliza, 1897
"Bartolomé Mitre", Miguel Angel de Marco, 2004

1 comentario:

Pauli dijo...

Te agradezco mucho por la publicación de este artículo, estoy tratando de entender la separación de Buenos Aires de la Confederación, me ayudó mucho. Gracias y saludos!!!